martes, 14 de julio de 2009
"Antes de conocerla" parte uno
Al principio todo era ideal. Sus opiniones me parecían de una agudeza sorprendente, sus manías excentricidades maravillosas, sus gestos, tan femeninos y sensuales, me enloquecían. Mi mundo interior fue relegado por su esencia, durmiente en una esquina de mi alma. Su compañía lo era todo, sus caricias, sus besos, hacer el amor… Pero entonces surgió la rutina, la costumbre en sus movimientos, la pesadez de sus opiniones, la molestia de sus caricias ¿Por qué? No era ella la elegida. Me dejé embaucar por su belleza. Quería amarla, quería ayudarla. Quería sentir. Poco a poco mi mundo comenzó a aflorar y a restar tiempo al tiempo. Los momentos comenzaron a ser míos. Su presencia apariencia de un recuerdo. No era ella la elegida. El amor que condiciona y desequilibra se convierte en un amor que aliena; en una extraña combinación de: posesión, celos, deseo desenfrenado, violencia… Sí, este amor es el que abunda y engaña tras un velo de literatura romántica. La relación se va a pique, pero aún es demasiado pronto para tirar la toalla, no estás dispuesto a que otra persona comparta esos detalles, esas manías encantadoras que tanto te gustaban y que no soportarías verlas disfrutar por otro. Aún te queda la posesión de su cuerpo, y defiendes tu derecho como si fueras el guardián de un tesoro del cual ya no sueles disfrutar. De nuevo las inquietudes recurrentes que marcaban tu destino resurgen, y debido a eso, comienzas a ausentarte, vuelves a conformar el mundo en el que tan a gusto te encontrabas antes de conocerla. El sexo a perdido su valor y apenas la deseas. De vez en cuando mantienes alguna relación sexual, encuentros que se limitan a satisfacer vuestros instintos más primarios y al poco tiempo ni siquiera eso. Entonces es cuando te replanteas tu situación en serio, todo deja de tener importancia, ya no te importa lo que ocurra, sólo quieres alejarte de ella para volver a tu soledad. Un día decides volver a tu casa antes de lo que acostumbras. No la encuentras en el salón, miras en la cocina pero tampoco está, e intrigado te diriges al dormitorio, no sospechas nada, lo único que quieres es hablar con ella, decirle que lo nuestro se ha terminado, pero cuando estas a punto de entrar te das cuenta de que el dormitorio está a oscuras y la puerta arrimada. Tras ella escuchas una serie de gemidos, como si en tu cama hubiera un animal al que estuvieran torturando.
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